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Una tierra única.
Elevándose entre 60 y 100 metros sobre el nivel del mar, el viñedo exclusivamente de ladera se expone al norte y al este, formando un circo.
Una rara orientación, que favorece la maduración lenta, fuente de complejidad y delicadeza.
El suelo es arcillo-calcáreo, con variaciones según la altitud: la roca es rasante en la parte superior, ideal para la producción de blancos secos. En suelos más ligeros, el fondo de la pendiente aporta elegancia a los vinos dulces.
La omnipresencia de la arcilla en la ladera contribuye a mantener la humedad asociada a las nieblas otoñales, imprescindibles para el desarrollo de la botrytis cinerea.
La pendiente proporciona drenaje natural, esencial para una producción de calidad.
Los vinos: la finca multiplica las cuvées en vinos blancos y dulces.
En el frente seco, la mezcla de Sémillon y Muscadelle de Andréa se encuentra entre los blancos elegantes de la zona, a pesar de una madera dominante que deja entrar notas gourmet de avellana.
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