Si bien las proteínas animales ya no son necesarias para la nutrición de la mayoría de los seres humanos, cada día se matan cientos de millones de animales para alimentarse. Esta explotación masiva, establecida como un sistema global, no sólo plantea una cuestión ética fundamental. Constituye un riesgo ecológico crucial que pone en peligro la habitabilidad del planeta. La ganadería ocupa el 77% de las tierras agrícolas del mundo, mientras que la pesca se practica en más de la mitad de los océanos. Ambos son sin duda los principales sepultureros de la biodiversidad salvaje. Pero también están a punto de convertirse en los mayores contribuyentes al cambio climático: el sector cárnico ya representa casi el 15% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y la demanda de productos ganaderos aún podría crecer un 144% a mediados de siglo. Ante este desastre, ya no es momento de distinguir u oponerse a prácticas industriales y artesanales. En realidad, ambos se combinan bajo el efecto de un apetito insaciable de proteína animal que está devorando el planeta. Esta situación crítica coloca a todos frente a frente con sus responsabilidades. A medida que surgen alternativas atractivas al consumo de carne, los ciudadanos, los agricultores, las comunidades, las empresas y los gobiernos ahora tienen el poder de fomentar una transición alimentaria que respete los seres vivos y sea decisiva para la supervivencia de la humanidad.