El Bocal Créole es un trocito de nuestra casa metido en un tarro.
No es decoración. No se trata sólo de “crear color local”.
Es sabor, sabor real. Es la olla de mi tía, las especias de mi madre, los gestos que aprendimos mirando, no leyendo.
Todo está preparado a mano, con delicadeza y respeto.
Cortamos, doramos, dejamos cocer a fuego lento. Nosotros no hacemos trampas.
No es una fábrica, es una cocina.
¿Las recetas? Vienen del corazón y del vientre.
Sin azúcares añadidos, muy poca grasa, pero sabor, fuego, aromas que se quedan pegados al paladar.
Lo extiendes y tienes el sol en la boca.
Incluso si nunca has estado en Martinica o Guadalupe, te sientes como si estuvieras allí.
Sí, fabricamos aquí, en Francia continental. Pero lo hacemos bien, para no enviar contenedores a cambio de nada.
Prestamos atención al planeta, al igual que prestamos atención a lo que comemos.
Y sobre todo:
abres el frasco, respiras... estás en otro lugar.