
Un policía con una hemorragia interna, un fontanero electrocutado, un niño con quemaduras de tercer grado, un jubilado atropellado por un patinete... Ésta es la variopinta multitud que conforma el día a día de los servicios de emergencia. Este servicio, eje esencial de los establecimientos hospitalarios, implica a menudo la atención de pacientes que requieren atención inmediata. Sin ninguna selección. Sin ningún tiempo de inactividad. Desde médicos hasta camilleros, desde paramédicos hasta enfermeras, los trabajadores de emergencia operan en un microcosmos donde se toman decisiones irreversibles para el futuro del paciente. Hay que trabajar rápido y bien, encontrar el diagnóstico correcto en pocos minutos para salvar vidas. Y, cada noche, volver al curso de una existencia normal. ¿Es esto siquiera posible? Puede que lo nieguen, pero los médicos de urgencias siempre dejan un poco de su alma en los pasillos del hospital. Porque salvar vidas es mucho más que un trabajo. Es un llamado. Un sacerdocio. Una misión.