La fábrica de Marie-Rose-Marie
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El parlanchín había permanecido durante mucho tiempo en la cima de la colina. El viento le trajo las conversaciones de los aldeanos, jóvenes y viejos. Luego bailó las sílabas de sus grandes alas de colores, agitándolas con avidez. Creó mezclando todo, frases frescas y palabras nuevas, que el molinero distribuyó al pueblo. Un día, el alcalde hizo instalar un distribuidor automático de palabras en la Grand-Place y, muy rápidamente, los aldeanos lo usaban solo a él. Pero este distribuidor moderno y llamativo solo vendía frases confeccionadas y solo palabras razonables y de mal gusto... Texto: Christos, Ilustraciones: Julie Ricossé, 32 páginas.